3 mar 2010

Rumbo al trabajo

A las 6 de la mañana me levanta papá. Me dice algo así como “ya es hora de que vayas buscando dónde alquilar” luego de pisarme nuevamente. Niego con la cabeza, y afirmo a la vez que seguramente volveré con Ana en poco tiempo... aunque no hay mensajes en el celular.
Me levanto en medias y camino al baño para hacer 1 y 2, y piso un recuerdo de
Baboso en el camino. “Perro del orto” pienso. Y se me van las ganas de hacer 2.
Ya en el baño, el cepillo de dientes por otro lado, no aparece.

-Máaaaaaa, ¿dónde está el cepillo?
-¿Qué cepillo, nene?
-El de dientes, mamááá.
-¿Uno celeste?
-Sí
-¿Con mango verde?
-Sí.
-Ah, no sabía que era el tuyo. Lo estaba usando desde el jueves para limpiar mis dientes postizos. Fijate en el primer cajón.

No sin antes vomitar durante unos cinco minutos, ingreso en la ducha. No hay jabón. El agua sale fría. No anda el bendito calefón. Al menos es verano. Pero el agua a esta hora es como un rolito.
Encuentro una camisa arrugada en el garaje entre todos los bolsos y una corbata que no pega para nada. Pero es lo que hay dada la urgencia. El café está frío cuando termino de prepararme.
Corro para llegar a horario al subte. Siempre espero hasta el último minuto. Pero la tarjeta ya no tiene carga, así que me pongo en la cola, en la terribleeee cola. Ahora bien, ¿por qué será que siempre la otra cola es la que va más rápida? ¿Puede ser que siempre me pase lo mismo?
La señora de adelante al llegar al cajero comienza a discutir. Algo relacionado con un pase para discapacitados. La discusión deriva en gritos e insultos. Finalmente, se rinde y se va.

-Dos viajes –le digo a la señorita que me atiende y le extiendo un billete de $50.
-Disculpe, no hay cambio –me contesta con cara de nada.

Trato de mantener la calma

-¿Y cómo hacemos? –replico buscando una solución pacífica.
-Traiga cambio, o compre más viajes –y sigue con la cara de nada.
-¿Y dónde quiere que consiga cambio a esta hora, señorita?
-Señora.
-Bueno, señora. Lo que sea. ¿Dónde consigo cambio?
-No sé, señor. Pero me está demorando la colita. Por favor, si se pone a un costadito, o va a la cajita de al lado.
-Necesito llegar al trabajo. Me sacan el presentismo.
-Señor, ¿qué dice el cartelito?
-¿Qué cartelito?
-Este cartelito, señor. El que está arriba del agujerito. El chiquitito.
-¿Este?
-Ese mismito.
-¿Puede dejar de hablar con ese maldito diminutivo en todas las palabritas que menciona, señorita?
-Señora.
-Lo que seaaaaa. El cartelito dice que hay que abonar con cambio.
-Así es. Y usted no tiene cambio.
-Me importa tres carajitos no tener cambiecito, a ver si me entendés.

Un oficial se acerca.

-¿Hay algún problema acá?
-Sí, señor –le grito- La señorita...
-¡Señora!
-Lo que seaaaaa. La señora no me quiere cobrar el pasaje.
-¿Tiene cambio? –pregunta el policía
-¿Eh? ¿Si tengo cambio? No, no tengo cambio. Necesito viajar. No tengo cambio.
-Va a necesitar cambio. El cartelito dice que hay que abonar con cambio.
-Eso mismo le decía yo, oficial. Pero el señor no quería entender.
-Pero yo, no tengo cambioooooooo. ¿Y por qué todo el mundo habla con diminutivos?

El policía pone su mano sobre el revólver y me dice en voz pausada

-Señor. Mantenga la calma. Quédese tranquilito. Le voy a pedir que se ponga a un costado.
-No quiero ponerme a un costado. Y no entiendo por qué dice “tranquilito” en lugar de tranquilo. ¿Les pagan por palabra terminada en ita o ito? ¿Por qué no se van todos a una calesita... con la mona Chita y se dejan de romperme las pelotitas... A ver si entiende... ne – ce – si – to via – jar. ¿Clarito no? Terminado en ito, ¿vió? Nece...


En cuestión de segundos, me encuentro en el suelo, con la rodilla del policía clavada en mi cervical, y mi brazo doblado de una manera que creía anatómicamente imposible.
La discusión se resuelve luego de gastar mis $50 en pasajes para todo el mes

Ya en el subte, leo el monitor que anuncia: “Servicio normal, línea B, cada 3 minutos”.
Trato de masajearme el brazo mientras espero... 4 ... 5 ... 10 minutos. Cuando la voz sensual en un parlante anuncia: “Servicio B con demoras, repetimos, servicio B con demoras”.

Saco un cigarrillo y antes de encenderlo, un policía (el mismo que estaba en la caja) me hace señas con el dedito de “no”. Lo tiro al piso, y lo piso. Varias veces. Salto sobre el cigarrillo.
23 minutos después el subte llega y abre sus puertas. Y salen como 3.000.000.000 de personas, de un solo vagón. A la vez que otras 3.000.000.000 (entre las que estoy yo) intentamos entrar. Se escuchan algunas voces.

-Dejan salir primero.
-No empujen.
-No sea bruto.
-Disculpe, no quise tocarla.
-Se me cayó el IPOD.
-¿Este es el que va a Florida?
-Maleducado de mierda
-¿Este el que va a Retiro?
-No, la línea D, señorita.
-¿Quién es el hijo de puta que habló con diminutivos?

Las puertas finalmente se cierran, y logro entrar en el último minuto. No siento el brazo derecho, creo que entre el tirón del policía, y el fisiculturista que tengo al lado presionando sobre el cúbito, tendré que amputármelo. Una embarazada pide el asiento pero es imposible que nos movamos. Entonces comienzan a gritar. Que le den el asiento, que se levanten, y algunos bramidos más. Imposible respirar. El aire comienza a faltar. Un ciego con su bandoleón canta (o intenta hacerlo) a metros mío, mientras intenta movilizarse empujando entre espacios inexistentes. La materia es impenetrable le gritan. Otro, menos piadoso, le reclama “dejá de aullar, burro”. Algún erudito explica que los burros no aúllan, sino que rebuznan. Otro le contesta que en “Los músicos de Bremen” de los hnos Grimm, el burro era un buen músico. “El burro de Shrek tenía linda voz” dice una pelotuda. Alguien le pega al ciego (por suerte) y deja de atormentarnos. Se escucha un ruido sospechoso e inmediatamente un olor nauseabundo inunda el vagón. Un viejo denuncia “alguien se cagó” y el fisiculturista me señala “creo que fue este”. “No, no” niego con la cabeza, pero nadie me escucha entre las puteadas que me empiezan a dedicar. Pasan minutos angustiosos, interminables. Y finalmente el subte arranca. El vidrio de la puerta no está muy limpio, descubro cuando me aplastan la cara contra el mismo. Si alguien mirara de afuera sería como esos Gardfield que van pegados a las parabrisas de los autos. El problema es que justo mi lengua quedó atorada contra el mismo vidrio, y al aplastarse genera algo así como una plastilina roja, grotezca. Una chica cree que le estoy sacando la lengua, y me dice viejo verde. “Es el mismo que se tiró el pedo” dice otra chica cercana a mi. Alguien me está afanando la billetera mientras tanto, pero no puedo impedirlo, porque no descubro donde está mi brazo. Muevo un dedo para identificarlo, pero imposible ubicarlo. A todo esto, mientras alguien me pisa el pie derecho y otro me aplasta los pulmones con un bolso con filos peligrosos, el fisiculturista me toca el culo. “No, no”, le digo pero me sale un “nwok nwok” por la lengua aplastada. Con el rabillo del ojo veo que se sonríe orgásmicamente.
El olor a transpiración mezclado con el gas ya mencionado me empieza a marear. El fisiculturista sigue toquetando. Ya siento como que se formó un vínculo entre nosotros.
La embarazada –nunca sabré cómo- logra sentase. El ciego y el bandoleón están desaparecidos en acción. Algún afortunado descubre un milímetro de espacio y grita de placer. El tiempo parece detenido... No, lo que está detenido es el subte.
“Señores pasajeros, sepan disculpar las molestias. Sufrimos una demora por una manifestación sindical en la estación Dorrego. En minutos retomaremos el viaje”. La señora, el señor, o lo que sea que está a mi derecha, se desmaya sobre mí y me empuja contra el bolso, que termina clavándose al lado del esternón.

-Noiu idoy rinrear –le digo al fisiculturista
-¿Te gusta? –me pregunta con los ojos brillozos.
- nwok, noiu, Noiu idoy rinrearñ –exclamo casi escupiendo sangre.
-¿Qué cosa? –se preocupa y deja de manosearme.
-Creo que dice que no puede respirar –ayuda un tercero, alguien entre la multitud, no descubro quién.

Asiento con la cabeza.
Que se corran, que se corran, comienzan a gritar. Y las voces comienzan a mezclarse nuevamente.

-Se muere
-Alguien que abra una ventana
-Están atoradas
-¿Dónde está la embarazada?
-No puede respirar
-Es el que se tiró el pedo.
-¿Qué hora es?
-No sé, ya no tengo el reloj.
-Acá hay un bandoleón en el suelo.
-¿Este es el que va a Florida?

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Excelente..me hizo reir mucho.

Unknown dijo...

bwajajajajajaaaa.....me divirtió muchisimo!!!!....¿cuando sigue?

Anónimo dijo...

Ayer comence a leer la historia, pero hoy, entre para ver si habia masssss, me atrapo.
Me hizo reir muchisimo....
Como sigue????
La nueva pareja sera ella o él????

Anónimo dijo...

La vida misma! Un plato..

Fabio Barone dijo...

Así es, la vida misma sin dudas.