9 may 2011

Eusebio, las flores y los mosquitos





El tipo tiene la misma remera todos los días. No me quiero ni imaginar el olor asqueroso que debe desprender. Y los mismos pantalones de jean agujerados por todos lados. No me fijo nunca si tiene las mismas zapatillas porque nunca miro los pies de las personas. No sé, no debe interesarme demasiado lo que usan.
El tipo siempre está parado en la misma esquina. A una cuadra de la casa de mis viejos. O sea, mi casa ahora. Y cada vez que llego del trabajo, o vuelvo del almacén de comprarle las galletitas a mi vieja, o del veterinario pa´llevar a Baboso (el perro de mi viejo), se me acerca y me ofrece comprar su mercadería.

-5 pesitos nomás, ¿querés?
-No, no tengo a quién –respondo siempre.
-5 pesitos nada más, tomá.
-No, ya te dije que no. Gracias.

El tipo vende flores. Siempre te ofrece un ramito preparado. Me olvidé de contar eso. Es como que te refriega por la cara todos los días que estás solo. Me da ganas de meterle una docena de orquídeas en el orto.

-Eh, Guille –me grita Juan Pablo cruzando la calle – ¿A dónde vas? Justo iba para el bar.
-Estaba llevando estas camisas a la tintorería de la otra cuadra para que me las planchen.
-¿Pero vos no vas a la tintorería que está cruzando la avenida?
-Sí, pero están de duelo. El japonés se murió.
-No me digas eso. Yo le dejé mis pantalones el lunes. ¿Qué le pasó?
-Ni idea. Según dicen un ataque el corazón mientras laburaba.
-Noooo.
-Y sí, se ve que mientras planchaba, se quedó seco.

Nos reímos porque la frase sale sin pensarla.

-Dale, que dejo las camisas y nos tomamos unas cervezas.

Las mesas del bar están ocupando casi toda la vereda. Los transeúntes deben esquivarlas molestos y no dejan de golpearte cada tanto con una bolsa de supermercado o alguna cartera de dama. Si pasa una de esas viejas quejosas, también ligas un empujón justo cuando estás a punto de tomar un café y siempre terminás quemándote las bolas. Por eso, si no estamos dentro del bar ya no optamos por infusiones y siempre vamos directo a la cerveza.

-¿Alguna novedad? – consulta mi amigo.
-Sí, ¿te acordás de Sofía?
-¿La decisión de Sofía?
-No boludo, no de la película. Me refiero a la prima de Alejandro.
-¡Ah! Esa Sofía. Sí, me acuerdo. ¿No estaba casada? Además bastante fiera era la gurisa.
-Pará, no te adelantes. Alejandro le contó que me separé y ella tiene a una amiga que está sola, entonces pensó en mí.
-Veo, veo. ¿Edad?
-40.
-Las peores. Las más maniáticas.
-¿Vos decís? Bueno, ahora que lo pienso, Sofía me alertó de varias cosas.
-¿Por ejemplo?
-Que es una mina que le gusta ir muy despacio. Que no le gustan los detalles románticos porque dice que no son creíbles al principio. Que es muy chapada a la antigua.
-Una papa, nene. Así son la mayoría. Te la hago fácil: ¿dónde la pensabas llevar?
-A cenar a…
-Arrancaste mal. La cena es romántica. Algo más simple. Almuerzo, en la costanera, un buen asado y vino tinto.
-¿Te parece?
-Me parece.
-Buenísimo. Te voy a hacer caso. ¿Costanera? Ok, ok. ¿Me prestás el auto no?

Sábado a las  11.00 en punto salgo a buscar a Verónica. El tipo de la esquina me ofrece un ramo de flores nuevamente.

-Dale pibe, esta vez me lo llevo.

Claro que me olvido que a Verónica no le gusta este tipo de detalles, me sonríe cuando se las doy al llegar a su casa y acepta las flores de compromiso.

-No tenías que molestarte –me dice sonriendo.
-No, ninguna molestia. Las venden en la esquina de casa. Son baratas.
-Ah –y esa exclamación es suficiente para darme cuenta que la embarré más. 

Paro el auto en una parrilla de la Costanera. Sol pleno, río de fondo. Hermoso día.

-Pedimos una parrillada para dos, ¿querés?
-No me gusta la carne.
-Ah –le digo y cambio de tema rápidamente -¿Parece lindo el lugar no?
-Sí - dice escueta.

El mozo nos acerca el menú y observo nervioso que lo único que tienen es carne. Todo tipo de carne: ovina, caprina, porcina, vacuna. Conejos, gallinas, ratas y todo bicho que camina va a parar a la cocina. Levanto la mano y le grito:

-Garzón.

El mozo gira, me mira pero no contesta.

-Garzón –vuelvo a gritarle poniendo un tono francés delicado.

Un tipo que está en la barra le toca la espalda al mozo y le comenta “Me parece que te llaman a vos, Eusebio”. “¿A mí? Pero yo no me llamo Gastón”. “Y yo qué sé, ya sabés qué raros son estos turistas”

-No soy turista –le grito porque se escucha todo.

El mesero se acerca enojado.

-Disculpe, en el menú hay sólo carne, ¿no tienen pastas, minutas u otra cosa? –indago.
-Esto es una parrilla, señor –contesta aún enojado.
-Sí, ya sé. Sólo preguntaba, por las dudas, nunca se sabe, ¿vió?.
-No hay pastas, minutas u otra cosa. Sólo carne, señor. Salvo que quiera el postre ahora.
-Qué bárbaro... y bueh... Gracias garzón.
-Me llamo Eusebio.
-Pedí carne nomás, Guillermo. No me va a matar una vez que coma –interviene Verónica.
-¿Alguna especialidad, Eusebio?
-¿Puede decirme mozo?
-Sí, puedo.
-Entonces dígalo.
-En realidad mozo es el que sirve en las cárceles, pero dale, como quieras. Mozo.
-Gracias.
-De nada.

Y Eusebio se va.

-¿Le pediste algo? –me dice Verónica.
-No, no me dio tiempo, y ahora me da miedo llamarlo.
-Ah –exclama.

Y nos quedamos en silencio. Hasta que Verónica me pega un cachetazo.

-Pará. ¿Qué hacés loca?
-No, perdoname. Tenías un mosquito gigante en la cara –me dice contrariada.

Y es cierto. Nos invaden un millón de mosquitos. En realidad, llamarlos “mosquitos”, así en diminutivo, es faltarles el respeto, porque son moscones, helicópteros en realidad. Empezamos a tratar de matarlos... antes que ellos nos maten a nosotros.

-¿Llamó señor?
-No, no.- le digo mientras le pego a uno de los insectos después de que me picara en un ojo.
-Levantó la mano, señor.
-Sí, para matar a los mosquitos, ¿no ve que estamos tratando de cazarlos?
-Aprovechá y pedile la comida –me aconseja Verónica.
-¿Qué querés?
-Lo que sea.
-Garzón.
-Mozo.
-Como sea. Traenos una ... quedate quieta Verónica, tenés una avioneta en la cara.
-¿Una avioneta?
-Terrible mosquito –traduzco.
-Sí señorita, lo que dice el señor es bien cierto.
-Decile al serbio ese que no necesito que me aclare nada.
-Serbio no. Eusebio, Eusebio –aclara el gar... mozo.
-¿Por qué hay tantos mosquitos acá? –le pregunto mientras acerco mi mano a la frente de Verónica.
-¿Será que vienen porque ustedes le festejan las gracias? –pregunta retóricamente el mozo.
-¿Eh? –le digo.
-Claro, si los están aplaudiendo.
-Ah –exclama Verónica y luego –Ayyyyy – después que le doy terrible mamporro y sus anteojos negros vuelan por el aire manchados de sangre. Su sangre, antes en el labio, que antes estaba cerrado, antes de rompérselo del golpe.


Cuando llego a casa muerto de hambre y todo picoteado, y golpeado (por Verónica y el Eusebio ese, que se terminó levantando a la mina en cuestión), el tipo de la esquina me vuelve a ofrecer un ramo de flores. Decido que el plan de la docena de orquídeas es el ideal para cerrar la velada.