16 may 2010

Interpretación de sueños: Freud, Hitler, pitines y Anitas

El Dr. Vladimir van Uto achina lo ojos. Para no ser menos, yo también los achino y entramos en ese tipo de competiciones que se disputan en silencio, sólo con imitaciones.
Inclina la cabeza levemente hacia la izquierda, y lo copio. Luego a la derecha. Vuelve a achinar lo ojos. Calco cada uno de sus gestos y sonidos.
Sé que ésto es un experimento de algún tipo, midiendo mis fuerzas, evaluando hasta dónde soy capaz de llegar. Así que me predispongo a no fallar.
Extiende el dedo índice. Lo extiendo también y juntos lo metemos en la nariz (cada uno en la suya). Vuelta para un lado, vuelta para el otro. Sale un lindo moquito. El doctor mira fijo al producto de su excavación. Duda por unos minutos, pero finalmente se lo come. Y lo mastica con placer.
No bajo los brazos, a pesar que el mío es mucho más verde y asqueroso, imito la acción y lo engullo sin pensar.
Van Uto se pasa la mano extendida por su axila y luego se la chupa (la mano). Cumplo también ese desafío.
Se tira un pedo. Duplico en ruido y en olor ese examen.
Se encuentra acorralado. Jamás pensó que llegaría a tales extremos. Veo cómo su calva empieza a transpirar. Se siente vencido.
Saca un cigarrillo, lo prende y cuando estoy abriendo mi paquete de Malboro, me dice:

-Ya lo sabe: está prohibido fumar aquí.

Y así es como el hijo de mil putas gana la competición. Aliviado, se relaja, cruza sus piernas y sonríe. Otra vez achina los ojos, pero esta vez no lo sigo en la intención, sólo me rajo un gas silencioso para castigarlo por la trampa del faso. Su cara trasmuta, se pone amarillo y se ve obligado a levantarse para abrir la ventana. El aire fresco que entra, alivia y recambia la atmósfera, y finalmente podemos respirar.

-Discupe –le digo- debe haber sido el locro que almorcé.

El doctor recupera el color de su rostro, se vuelve a sentar y mientras continúa fanfarroneando con su cigarrillo en la mano, me espeta:

-Guillermo, ¿cómo lo trató esta semana?
-¿Cómo me trató quién?
-Es una expresión. No me refería a nadie en particular. La pregunta es, ¿qué problemas tuvo esta semana?
-Si la pregunta era esa, ¿por qué no pregunta eso?

La verdad es que a veces pienso que este tipo es medio pelotudo.

-Fue una semana como cualquier otra doctor. Una mierda realmente. Los problemas siguen, y parecen aumentar. A propósito, ¿qué le pasó en la cara, en lo brazos... en todo el cuerpo?
-Guillermo, no debe usted olvidar que fui a la fiesta de disfraces de su amigo.
-¿Y?
-¡¡¿¿Y??!! ¿No recuerda que la mascota de su amiguito, un cocodrilo (y permítame que lo repita, porque me parece increíble: ¡un cocodrilo!) casi me asesina?
-¡Cierto! Lo había olvidado por completo. Con el quilombo que se armó en la fiesta, con el chino, la cana, los chorros y todo eso me olvidé por completo. Pero tiene enyesada la pierna, y lo último que recuerdo era que Juancho, el coco de el Tarta, estaba tratando de comerse su brazo, a la pierna ni llegó.
-Usted debe recordar seguramente mi disfraz.
-Sí, se disfrazó de Hitler, imposible olvidarlo. ¿Un tanto llamativo ese disfraz para un psicólogo no?
-Más allá del disfraz, Guillermo, esa fiesta terminó con varios lastimados de gravedad. La ambulancia que me tocó a mí me llevó al Hospital más cercano por la profundidad de las heridas. Bueno, en ese hospital justamente, sufrí la fractura de mi pierna al caerme de la camilla. Casi me amputan el brazo equivocado. Y los antibióticos que me dieron son los que provocaron esta urticaria que ve en mi cara.
-¡Qué bárbaros!
-Sí, pero no puede culparlos.
-¿A qué hospital lo derivaron Doctor?
-Me llevaron al Hospital Israelita... Imagínese... Disfrazado de Hitler, es un milagro que haya salido vivo. Igual no vino para hablar de mí. ¿Cómo lo trató esta semana?
-¿Cómo me trató quién?
-No volvamos a lo mismo, Guillermo.
-Tuve un sueño.
-Bueno, si está cansado podemos terminar la sesión ahora.
-“Tuve un sueño”, le dije. No que tengo sueño.
-Disculpe Guillermo. Le entendí mal. Es que en el hospital me pusieron unas gotitas en el oído, pero resultó que era pegamento, y apenas oigo ahora. Cuénteme de su sueño.

Me acomodo en el sillón.

-Bueno, soñé que vivía en una ciudad, llamada “Solterolandia”. Era de día, un día de la puta madre. La ciudad tenía un cartel luminoso que daba la bienvenida, y un contador automático. Yo entraba con mi auto (una Ferrari roja. Con toques en dorado) y el contador mostraba: mujeres 123.257 - hombres 1. Bajaba del auto, y ¿cómo explicarle? Era yo, pero no era yo. Mi cuerpo era el de un gladiador, tenía las abdominales de los actores de la peli “300”, lleno de rayitas. Algunas mujeres se abalanzaban sobre mí para poder tocarme, otras querían más, me besaban. Las más degeneradas ya me estaban sacando el pantalón y succionando por allí. ¿Entiende no?
-Ajá.
-Al costado estaba mi Anita, encadenada, con los párpados sujetos con un aparatito que le obligaba a mantener los ojos abiertos. Y gritaba “es mío, déjenlo en paz”.
-Ajá.
-Entre todas las mujeres, estaba Silvia, esta chica del trabajo que me gusta. Y era ella quien se había encariñado con mi pitín...
-¿Pitín?
-Sí, pitín. Pito. Pene.
-¿Pero tenía que llamarlo pitín?
-Bueno, me estaba chupando la chota. ¿Mejor así?
-Ajá.
-Y era un alivio doble. Por un lado tenía a esta diosa a mis pies, miles de mujeres sujetándome y deseándome, y además, mi Anita arrepentida de haberme dejado. Y Silvia no paraba de chupar y chupar. Era como una aspiradora. Y ponía marcha adelante y marcha atrás.
-Ajá.
-La cosa es que me desperté, y el que estaba sorbiendo como loco a mi pit... a mi chota era Baboso, el perro de mis viejos.
-Ajá. Y Dígame. ¿Qué raza es el perro de sus padres?
-¿Raza? ¿Es necesario ese dato?
-Mire, antes de reírme me gusta formar una imagen mental correcta del tema.
-Es un bulldog.
-Ajá. Mire Guillermo, por lo pronto, ¿usted sabe qué decía Freud de los sueños?
-No, ni idea, no lo conozco.
-Murió.
-Lo lamento mucho, no lo sabía.
-Murió en 1939.
-¿Y recién ahora se entera?
-No, bruto. Freud es el padre del Psicoanálisis, y decía que los sueños representan la realización de un deseo. Nuestras emociones enterradas en nuestro subconsciente suben a la superficie conciente mientras soñamos.
-¿Con subir se refiere a la eyaculación?
-No, no. Por Dios, trate de concentrarse. No estoy hablando de polvos.
-Entonces me confunde con un puto.
-Con un... ¿Eh? ¿Qué dice?
-Usted fue el que dijo que la tenía enterrada.
-“Emociones enterradas” dije. “Emociones”. ¿Cómo puede confundir “emociones” con “pitines”?
-¿Pitines?
-¡¡¡Con CHOTAS!!! Yo estoy hablando de sentimientos, y usted sigue hablando de sexo.
-Tampoco tiene que enojarse. Es este sillón el culpable. Es demasiado cómodo, orgásmico le diría.
-Mi sillón no tiene nada que ver, Guillermo. El enfermo es usted.
-¿Y se supone que eso tiene que ayudarme?
-La verdad es la verdad.
-Puta que se vino filósofo hoy.
-La cuestión aquí, más allá de la obvia interpretación de su sueño, es cómo usted sigue refiriéndose a su ex mujer: “Mi Anita”.
-¿”Su” Anita? ¿Cómo su Anita? Es “mi” Anita.
-Es a lo que me refería, Guillermo. Su Anita.
-Pero dijo “mi Anita”, y no es suya, es mía.
-No, Guillermo. No es mía. Y tampoco es suya.
-Pero dijo “mi Anita”.
-Dije “mi Anita” repitiendo lo que usted dijo.
-¿Vió? Ahí lo dijo de nuevo. “Mi Anita”.
-Me refiero a “su” Anita.
-Pero dijo “mi” Anita.
-Mire, tiene razón. Dije “mi Anita”. Sí, lo dije. ¿Y? Mi anita, tu anita, susanita, nosotros anitamos, vosotros anitaís, ellos anitan. Mi anita, mi anita, mi anita. Lo digo un montón de veces. Me la re-ban-co. Y sí, me garcho a su mujer, por eso le digo “mi anita” y la llevo a la camita, a la mañananita, a la nochecita, le hago la colita y todo lo que se le ocurra terminado con ita. ¿Y después sabe qué hago? Después de garcharme a su mujer, voy a buscar a sus amigas, y las mato. Las asesino. ¿Y después? A sus amigos, al tarado ese de el Tarta, a ese Juan Pablo, a todos, incluyéndolo a Ud. Los meto en un cuartito bien cerrado, y le obligo a todos a tirarse pedos como ese nauseabundo que se rajó apenas entró, así todos se ahogan y se mueren lentamente. Y así yo me quedo tranquilo con “mi” Anita.

Van Uto termina de escupir ira. Respira aire puro de la ventana y me dice:

-Listo. Disculpe. Usted me saca. ¿Ya está? ¿Se queda tranquilo con eso de “mi” Anita.
-Yo estoy retranquilo. El nervioso es usted. De hecho, ahora ya entiendo por qué eligió el disfraz de Hitler para la fiesta. Ta un poco loquito, ¿no?

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