10 sept 2010

Fisicocultura

-¡¡Nene, teléfono!! ¡¡¡Neneeeeee!!!

El grito, al principio un hilo fino de voz, luego un alarido, me despierta por completo.

-¿Qué pasa, má? Dejame dormir.
-Son las tres de la tarde, dejate de romper las bolas y levantate. Y tenés teléfono.
-Hace mucho que tengo teléfono.
-Me refiero (y no te hagas el estúpido) a que te está llamando por teléfono tu amiguito.
-¿Qué amiguito?
-Juan Pablo.
-Decile que después paso por su casa, que antes tengo turno con el médico.
-Dice que ok, pero que vayas con un bolso con muda de ropa para después poder bañarte. ¿No te estarás haciendo puto vos?
-¡¡Má!!
-Bueno, nene, consultaba nomás. Ya que te vas con el bolso, ¿no pensaste en irte a vivir con tu amigo?

Son las 6 de la tarde, cuando Juan Pablo me abre la puerta de su bulín.

-¿Qué contás?
-Blefaroespasmo.

Me mira con cara de estúpido. No tiene que esforzarse mucho.

-¿Blefa qué? –pregunta.
-Blefaroespasmo.
-Seguís hablando en chino para mí.
-Acabo de venir del neurólogo. Me dijo que tengo eso.
-Ah. ¿Y qué tenés?
- Blefaroespasmo, ya te dije.
-Pelotudo, me refiero a qué significa.
-Ah, puede ser consecuencia del stress, nervios en el laburo, o de los amigos forros que tengo. Pero en definitiva, se me cierra el párpado sólo. El izquierdo por ahora. Y cuánto más nervioso me pongo, es peor. Y a veces me tiembla la pera. De terror. Lo que me faltaba. Pero en fin... acá me tenés. Me vine con el bolso, con ropa para cambiarme. ¿Qué mierda se te ocurrió ahora?
-Mirá, estuve pensando en tu poca suerte con las mujeres, a pesar de que apliques mis tácticas. Así que vamos a empezar con algo básico: todo entra los ojos.
-Menos la comida.
-No, idiota. Me refiero a la atracción. Primero se van a fijar si sos lindo (no es tu caso), si tenés guita (menos aún). Entonces, quedará el lomo para el final. Así que hoy te venís al gimnasio conmigo.
-¿Un sábado? ¿Abre?
-Sí.
-¿Están enfermos? Hacer gimnasia un fin de semana es de locos.
-Nada de locos. Es cultura. Fisicocultura. Yo te voy a capacitar en la misma.
-Vos no capacitás. Vos compocitás.
-¿Qué es eso?
-Capacitar guitarreando. Componés boludeces. Y verséas.
-Bueh, bueh... Pelá la musculosa que nos vamos al gim.

El gimnasio al que va Juan Pablo tiene 3 pisos. La planta baja es la recepción. Una terrible morocha te invita a asociarte y oficia al mismo tiempo de Viagra porque te hace entrar con una erección potente y difícil de disimular. Luego de vacunarme con la cuota del mes, llama a un... cómo definirlo... un mastodonte cargado de anabólicos, esteroides, aminoácidos, proteínas y toda pastilla rara que se venda en la farmacia. Su cercanía oscurece la recepción, y nos saluda.

-Hola Juan Pablo. ¿Trajiste a un integrante nuevo? Mucho gusto, me llamo Norberto, pero podés decirme Papo.
-“Papota” le quedaría mejor –le digo a Juan Pablo al oído.

Me estrecha la mano y siento como todos los huesos de mi mano crujen.

-Vení conmigo que te muestro las instalaciones. Vos Juanpa andá a entrenar, yo me encargo de tu amigo.

No puedo evitar sentir algo de miedo con esa frase.
El primer piso es un sinfín de cintas para correr, máquinas para hacer abdominales, y bicicletas fijas. “Aquí hacemos aeróbico” dice Papo, mientras a cada paso va saludando a una mina mejor que otra, todas en mallas sumamente ajustadas y llamativas. En el segundo están los baños, habitáculos para masajes, sauna y vestuario. Y en el tercer piso, los aparatos pa´sacar músculo. De todo tipo y de toda índole. Allí me vuelvo a encontrar con Juan Pablo que está trabajando la espalda.

-¿Le doy una rutina? –le pregunta Papo(ta) a Juan Pablo.
-No, dejá. Yo me encargo. Gracias campeón.

Y el dinosaurio se retira haciendo vibrar el piso con cada uno de sus pasos.

-Vamos a trabajar tus brazos, primero que nada. Y después, quiero que te pongas las pilas y empieces a correr. Hay que bajar la panza. A las nenus no les gusta los panzones. Así que a full con las abdominales y el aeróbico.
-Ok –le contesto resignado mientras me enchufa una barra larga con 10 kilos de cada lado.
-Tres series de diez. Con ese peso la primera. Veamos como te va. Flexionas los brazos y los estirás. Vas a trabajar los bíceps.

Y empiezo a hacer fuerza.

-Una. Bien. Dos. Perfecto. Bajá despacio, que ahí es cuando trabaja el músculo. Parate derecho. Tres. Cuatro.
-Pesa mucho –le digo como puedo, porque el esfuerzo casi no me deja hablar.
-Cinco. Seis. Siete. Och... Dale, fuerza.
-Noo puedoooo. Ayudá.
-Ocho, dale. Dos más. No seas cagón.
-No puedo.
-Huevo, dale, huevo, dale. Nueve. Y... Y... Dale. Dale.

Se me escapa un terrible pedo de tanta fuerza realizada que paraliza a toda la gente en el gimnasio. No sólo por el estruendo que hace al salir la bocanada de aire por el orificio ubicado en mi trasero, sino también por el nauseabundo olor que desprende. Suelto a la vez la barra que cae con sus 28 kilos sobre los pies de Juan Pablo, quien grita tarzánicamente a la vez que se lamenta por tener que utilizar sus manos para frotarse los pies y no poder taparse la nariz.
Los muchachotes no dejan de observarnos de mala manera. Papo se dedica a abrir las ventanas para ventilar el ambiente. Algunos, menos tolerantes, deciden vomitar al no aguantar el tufo.

-Vamos al primer piso a correr –le susurro a Juan Pablo, quién sigue llorando sosteniendo sus pies.
-¿Cómo querés que corra, hijo de puta? Me rompiste mis piecitos.

La cosa es que ni llevamos 5 minutos en el gimnasio, y nos decidimos a pegarnos un baño caliente. Por suerte, en el segundo piso, nadie escuchó el soberano pedo y la gente nos mira indiferente. Nos ponemos en pelotas en el vestuario (tardamos un rato en sacar las zapatillas de Juan Pablo, dado que sus pies se habían hinchado considerablemente), e ingresamos a las duchas. Las mismas no tienen cortinas ni divisiones, ni nada. Son 8 en total en el sector que vamos. 4 y 4. Enfrentadas. Con lo cual uno observa los bíceps y triceps que asoman en todos lados. No pasa desapercibido tampoco las miradas furtivas al pito ajeno, para descubrir si lo tienen proporcional al resto del cuerpo. No puedo evitarlo. Veo una especie de boa gigante que cuelga del muchacho a mi derecha, lo más llamativo lejos. Asusta realmente. En cambio, el gigantón barbudo de enfrente la tiene bastante chiquita. Levanto la vista y veo que me mira. Me sonríe. Seguro me pescó mientras le pispeaba el pitulín. En la ducha más lejana, un corpulento con voz ronca canta “la donna e mobile”.
Juan Pablo a la izquierda me susurra:
-¿Podés dejar de mirar las pijas?
-No, che, no mal interpretes. Es curiosidad nomás.
-El tipo de enfrente te está mirando, Guille. Y bastante.
-Sí, me di cuenta. Pero no sé por qué.
-Porque le estas mirando la pija, infeliz. Y le estás guiñando el ojo.
-Es el blefaroespasmo. Ya te dije. Me pongo nervioso y es peor.
-Entonces, tranquilizate.

Y en ese momento, sucede lo fatal. Concentrado en la charla con Juan Pablo, se me resbala el jabón. Y va a parar al medio de todas las duchas. Todos se quedan inmóviles. El cantante, mudo. Sólo el caer del agua y el vapor del baño tienen movimiento. Los ojos, de todos, empiezan a moverse. Primero hacia la izquierda. Luego a la derecha. De frente. En diagonal. Nos miramos y estamos atentos a cualquier movimiento sospechoso. El gigantón barbudo me sigue sonriendo y me guiña el ojo.

Los minutos se hacen eternos.

“Este es un buen momento para que te tires otro pedo” me comunica Juan Pablo, pero no tengo fuerzas para intentarlo. Tengo el ano cerrado totalmente por precaución, quizás un movimiento muscular involuntario.
El jabón se termina por consumir en el agua alojada en el piso cuando Papo anuncia con un grito: “En 15´ cerramos”. Sólo ahí nos damos cuenta que estuvimos sin movernos en las duchas por casi dos horas.

-Hasta el lunes, muchachos –saludan al salir los grandulones.
-Nos vemos, bonito –me saluda el barbudo.
-Me siento violado culturalmente –le manifiesto a mi amigo ya en los vestuarios.
-Es hasta que te acostumbres. Pero hacer gimnasia te va a venir bien.
-¿Vos viste los lomos de esos pebetes? Hasta los jovatos tenían mejor físico que yo.
-Tenés que bajar la panza. Tiempo al tiempo. ¿Salimos, nos vamos de putas?
-No. Estuve bajo la ducha dos horas, y no sé porqué me siento sucio. Me voy a dormir. El pedo me dejó extenuado.
-Ok, pero dejá de guiñarme el ojo. Me estás poniendo nervioso.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

CLAUDIA: FELICITACIONES AL DIBUJANTE! ESTAMOS ESPERANDO A CONSUELO!

Marietta dijo...

excelente descripción de todo!!!